Sábado 27 de mayo de 2023
Después de la hermosa experiencia de nuestro inesperado y emocionante paso por El Caín, retomamos nuestros planes y el próximo objetivo era poder acceder al volcán La Buitrera en las cercanías de la Pampa de Talagapa, ya en la provincia de Chubut. En viajes pasados, dos veces habíamos imaginado a la distancia el poder coronarlo alguna vez y estábamos cerca de intentarlo por primera vez.
Esta Buitrera es una de la muchos accidentes geográficos que llevan este nombre y aclaro que nada tiene que ver con el Cañadón de la Buitrera de Piedra Parada, entre otros.
Con la nieve todavía engalanando la meseta, la RP8 nos condujo hacia el sur y a poco de cruzar el límite interprovincial, el viejo pero remozado casco «Los Galpones» apareció a nuestra izquierda y entramos, sorprendidos de encontrar un establecimiento funcionado en óptimas condiciones, lo contrario a la mayoría de los que visitamos.
Efectivamente, el propietario, Gerardo, nos estaba esperando como nos había prometido, curioso de conocer a unos locos que venían a la meseta en pleno invierno.
No solamente nos facilitó el acceso sino que nos explicó todo lo que sabía de La Buitrera y nos acompañó para abrirnos los candados de algunas tranqueras, sino que nos ofreció que pasemos la noche en el quincho de la estancia, ya que consideraba que el ascenso nos iba a llevar varias horas y que saldríamos muy tarde si seguíamos hacia el sur. No íbamos a desaprovechar la oferta de pasar una noche en un lugar así.
Con su compañía, cruzamos la Pampa de Talagapa, donde nos enteramos que un viejo puesto era lo que quedaba del poblado que existió hace mucho, prueba de ello es que hasta poseía código postal, el 9121.
Por una serie de huellas y tranqueras que bordeaban el curioso cerro Leones nos arrimamos a la base del volcán, donde Gerardo nos dejó en libertad de acción, con las indicaciones del caso, sobre todo que tengamos cuidado con los resbalones.
Desde allí, treparíamos con las chatas hasta donde se pueda, dejando el treking para el final. Lo que en las fotos satelitales parecía sencillo, no lo era porque el último tramo tenía acantilados que, salvo milagro, no los íbamos a poder sortear con las chatas, al menos por esta cara oeste.
Y así fue. Prácticamente llegamos a la base de los acantilados y desde allí, caminando, con la nieve a la rodilla, debimos rodear buena parte de ellos por el sur para poder subirlos a pie. La cara este permitió el acceso y pudimos contemplar el enorme cráter con sus tres lagunas internas, con un paisaje tan hermoso como sobrecogedor. Lo habíamos logrado!
Regresamos a la estancia muy contentos de haber conseguido algo que veníamos deseando de hace mucho tiempo, desde el 2015 cuando nos asomamos por vez primera.
Gerardo nos cedió el quincho, que tenía una cocina económica para que podamos cenar y dormir al reparo, sin necesidad de armar las carpas.
Degustamos un exquisito guiso de lentejas que Pablo trajo desde su casa y tuvimos una extensa tertulia con Gerardo, por supuesto con un vino de por medio , quien nos contó todo lo que preguntamos sobre la estancia y la actividad ganadera, dejandonos claro que es un apasionado de lo que hace y que ama su tierra familiar como no es muy común de ver. Fue un placer haber hecho un nuevo amigo patagónico, a quien le agradecemos de corazón su hospitalidad.
El día siguiente iríamos a conocer los aerolitos de Bajada del Diablo